domingo, 19 de abril de 2009

El capitán Montoya - X - de José Zorrilla

X : Hechos y conjeturas

Todo era hablillas Toledo,
y todo interpretaciones,
cada cual forjó un enredo,
y hablaron todos con miedo
de espectros y apariciones.
Y como en vano buscaron
por Toledo al Capitán,
mil fábulas le colgaron,
y los que las inventaron,
por hechos las creen y dan.
Quién dijo, que anocheciendo,
le vio desde un corredor
allá en los aires cerniendo
un cuerpo alado y horrendo
cual fue bello el anterior.
Quién dijo que un día oraba
ante un devoto retablo,
y vio al Capitán que daba
ayuda y defensa brava,
contra San Miguel, al diablo.
El hecho es que don Fadrique
a su escribano mandó
que en su nombre ratifique,
firme, selle y testifique
lo que don César firmó.
Que se partió su tesoro
algunos días después,
que se dio a los pobres oro,
y que, rico como un moro,
partió a la corte Ginés.
Ni más descubrirse pudo,
ni puede decirse más,
y este es el hecho desnudo,
pábulo, origen y escudo
de las mentiras de atrás.
Mas hay entre todas una
que, fábula o tradición,
en escritura oportuna
encontrarla fue fortuna
separada del montón.
El vulgo a su vez la cuenta
como innegable verdad,
y de quien dudarla intenta,
dice que de Dios atenta
al poder y majestad.
Yo, trovador vagabundo,
la oí contar en Toledo,
y de aquel pueblo me fundo
en la razón, y así al mundo
contarla a mi turno puedo.
Ni quitaré ni pondrá;
como a mí me la contaron
fielmente la contaré,
y a ser falso, juro a fe
que en Toledo me engañaron.
Diz que pasaron diez años,
cada cual lleno a su vez
de azares y clesengaños;
mas a nuestro cuento extraños,
no hacen al caso los diez.
Las fabulillas cesaron
de hervir en la muchedumbre;
Diana y otras se casaron;
y en fin, según es costumbre,
al que murió lo enterraron.
Y del mar de su destino
ya pronto a romper el dique,
diz que al linde del camino
de la vida, don Fadrique
pidió aprisa un capuchino.
Y severo y respetable,
con la faz descolorida,
vino un varón venerable,
al Duque a hacer tolerable
la tremenda despedida.
Tras sí la puerta entornó,
y cuando a solas quedó
con el noble moribundo,
la religión con el mundo
así plática entabló:
MONJE ¿Don Fadrique?
DON FADRIQUE Bien venido,
padre; concluyendo estoy.
MONJE A ayudaros he venido
a ir en paz; prestad oído
a lo que deciros voy.
Ha diez años que, arrastrado
por intención criminal,
hollé de un templo el sagrado,
y a Dios me sentí llamado
de una visión infernal.
Los muertos vi que salían
de las urnas sepulcrales
y blandones me encendían,
y con gran pompa me hacían
en vida los funerales.
Visión de los cielos fue;
mas ¿quién creyera mi historia?
A contarla me negué,
y haberla determiné
encerrada en mi memoria.
Tan sólo existía un hombre
a saberla con derecho;
porfió, porfié; y no os asombre,
no me la arrancó del pecho:
don Fadrique era su nombre.
Mas lo que excusar no pude
al noble a quien ofendía,
vengo; ¡y así Dios me ayude!
a que mi razón escude
la fe de vuestra agonía.-
Y esto el buen monje diciendo,
cayó ante el lecho de hinojos,
las manos del Duque asiendo,
quien, sus palabras oyendo,
al monje tornó los ojos.
Contemplóle de hito en hito
con acongojado afán,
y exclamó al fin con un grito:
-¡Sois vos! ¡Dios santo y bendito!
Abrazadme, Capitán.-
Y los brazos enlazaron,
y a solas ambos a dos
por largo tiempo quedaron,
y largo tiempo lloraron
ante la imagen de Dios.
Y al fin de la confesión,
henchido el Duque de fe,
díjole: -A aquella visión
debéis vuestra salvación,
que aviso del cielo fue.-
En cuyo punto, sintiendo
llegar el trance fatal
del paso duro y tremendo,
-ADIÓS, DON CÉSAR,- diciendo,
lanzó el aliento vital.
Y aquí del todo acabada
del buen monje la misión,
y el ánima encomendada,
con voz exclamó mudada
al darle la absolución:
-¡Ve en paz! Y, si como espero,
el llanto ante Dios se apoya
de un corazón verdadero,
-ruega a , Dios, buen caballero,
por el capitán Montoya!-
Y dando al mundo un momento,
al muerto besó en la frente,
y a paso medido y lento,
triste volvió a su convento
el Capitán penitente.
Y ha poco había en sepultura humilde,
de la maleza oculta entre las hojas,
una inscripción borrada por los años,
que todo al fin sin compasión lo borran.
Único resto de opulenta estirpe,
único fin de la mundana pompa,
montón de polvo, en soledad yacía
quien hizo al mundo con su audacia sombra.
Y apenas pueden los avaros ojos
leer en medio de la antigua losa:
Aquí yace fray Diego de Simancas,
que fué en el siglo el capitón Montoya.


[editar] Nota de conclusión

Y por si alguno pregunta
curioso por doña Inés
y opina que queda el cuento
incompleto, le diré:
que doña Inés murió monja
cuando la tocó su vez,
sin su amor, si pudo ahogarle,
y si no pudo, con él.
Porque destino de todos,
vivir de esperanzas es:
quien las logra, muere en ellas;
quien no las logra, también.
Conque ya sabe el curioso
de mis héroes lo que fue,
y sólo añadir me resta
dos palabras de Ginés:
Hizo en la corte fortuna,
casóse al cabo muy bien
con una dama muy rica
y hermosa como un clavel;.
y aunque dieron malas lenguas
en alzarla no sé qué,
ella no alzó las pestañas
para al vulgo responder.
Dió a Ginés un hijo zurdo,
y dijo su padre de él
que había nacido en casa,
y en esto sólo habló bien.