V : Insuficiencia del poeta
Casa don Fadrique a Diana,
y en su palacio reúne
cuanto hay en Castilla entera
en armas y amor ilustre;
que es don Fadrique muy rico
y a origen de reyes sube,
y sólo el Rey lo aventaja
cuando sus empeños cumple.
Ofreció una noche su hija
en lance que aun hoy encubre
el misterio de las sombras,
a un hombre a quien atribuye
tantos misterios el vulgo,
como al lance que produce
el repentino consorcio
que amor y razones une.
Mas aunque pasa la noche
y ya su presencia urge,
el novio no está en Toledo,
lo que a sospechas induce.
Mas buenas tiene sin duda
razones que le disculpen,
porque aunque le echan de menos
nadie de falso le arguye.
Todos aguardan que llegue,
y no hay un alma que dude
que se hallará al dar las diez
en los salones del Duque.
Que él ha marcado esa hora,
y tal confianza infunde
su palabra, que no hay prenda,
que más valga ni asegure.
Prosiguen, pues, de la boda
las fiestas, los brindis crujen,
y suenan los instrumentos
voluptuosos y dulces.
Nunca tal gala ostentaron
los que de grandes presumen,
ni vio jamás tanta pompa
la asombrada muchedumbre..
Inútil es ponderarla,
y querer pintarla inútil,
que fiestas como ésta mía,
contándolas se deslucen.
Harto lo llora el poeta,
Mas ¡ay, que por más que luche,
con su voz y con su lira,
la realidad no le suplen!
Hará que sus creaciones
en bellos versos murmuren,
que canten báquicos himnos
cuando su festín concluyen.
Podrá, cuando más se afane,
de quien su cuento le escuche
lograr que se finja apenas
el rostro, las actitudes,
la situación o el carácter
de los seres que dibuje;
todo ello pesado y débil,
aunque a lo vano renuncie.
Podrá trazar en un cuadro,
aunque sombras se le enturbien,
las principales figuras
de que su historia se ocupe;
mas la luz, y el movimiento,
y el todo que las circuye,
la multitud, las comparsas
que en torno de ellas agrupe,
que giran, hablan, murmuran,
van, vienen, bajan y suben,
las cercan o las desvían,
y con ellas se confunden,
y respiran con su aliento,
y con impulsos comunes
con ellas gozan, esperan,
ríen, cantan, lloran, sufren.....
¡Imposible que lo pinten
y en la mente lo acumulen
con voz, movimiento y vida
fácil, palpable, voluble!
¿Cómo contar el tumulto
que en un momento produce
en un salón donde danzan,
un lance que lo interrumpe?
La voz de «¡Ahí está, señores,
ahí está!», que brota y bulle
de boca en boca rodando
y en derredor se difunde;
y el son de las herraduras
del bridón que le conduce,
que al detenerse en el patio
hace que el patio retumbe;
que en las puertas y ventanas
los que bailaban se agrupen,
y por ver mejor se empinen
se encaramen y se empujen;
los muchos que, prodigando
serviles solicitudes,
bajan a asirle el estribo
porque les mire o saludo,
y el salón que dejan solo
con la alfombra y con las luces,
y la chimenea, en donde
chisporrotea la lumbre,
¿con qué voz, ni con qué lira
se pinta o se reproduce,
de modo que quien escucha
lo conciba y no se ofusque?
¿Cómo el satisfecho porte
contar con que se descubre
al apetecido novio
que por la escalera sube,
mientras se agolpa por ella
la aturdida servidumbre,
y al peso de los curiosos
por ambas barandas cruje?
Avanza, puesp por la sala
la gente se distribuye,
y este es el lance más crítico
que en toda la noche ocurre.
Corre confuso murmullo
y ancho movimiento cunde,
mientras, asiendo un instante,
a sí cada cual acude.
Quién se compone la gola,
quién los vuelillos se sube,
quién desencaja una hebilla
porque el cinturón le ajuste;
quién se revienta unos guantes,
y del placer en la cumbre,
las hermosas se sonríen,
y aunque astutas disimulen,
la vista a un espejo tienden,
la mano a la flor o al bucle.
La que gracias o riquezas,
bien que la pesa, no luce,
busca a una bella la espalda,
que aunque la humille la oculte.
Aquí asoma un pie pequeño,
allí unos ojos azules,
acá una falda de encaje,
allá un airón de tisúes;
aquí un cuello alabastrino,
y allí una mano que pule
un centenar de brillantes
que por mano y dueño arguyen.
Todo esto en viviente masa,
con movimientos comunes,
con existencia uniforme
que en todo fermenta y bulle,
que gira o que vaga a un tiempo,
se dispersa o se reune,
danza o se asoma, y el ruido
cesa, aumenta o disminuye:
este momento de atenta
y afanosa incertidumbre,
¿quién lo cuenta o quien lo canta,
por más que a la par se junten
la voz y el arpa, sin ver
que es fuerza al fin que renuncien
la voz y el arpa, humilladas,
a empresa donde sucumben?
Desisto, pues, de mi empeño,
y aunque me da pesadumbre,
el salón de don Fadrique
quien pueda que se figure.
Casa don Fadrique a Diana,
y en su palacio reúne
cuanto hay en Castilla entera
en armas y amor ilustre;
que es don Fadrique muy rico
y a origen de reyes sube,
y sólo el Rey lo aventaja
cuando sus empeños cumple.
Ofreció una noche su hija
en lance que aun hoy encubre
el misterio de las sombras,
a un hombre a quien atribuye
tantos misterios el vulgo,
como al lance que produce
el repentino consorcio
que amor y razones une.
Mas aunque pasa la noche
y ya su presencia urge,
el novio no está en Toledo,
lo que a sospechas induce.
Mas buenas tiene sin duda
razones que le disculpen,
porque aunque le echan de menos
nadie de falso le arguye.
Todos aguardan que llegue,
y no hay un alma que dude
que se hallará al dar las diez
en los salones del Duque.
Que él ha marcado esa hora,
y tal confianza infunde
su palabra, que no hay prenda,
que más valga ni asegure.
Prosiguen, pues, de la boda
las fiestas, los brindis crujen,
y suenan los instrumentos
voluptuosos y dulces.
Nunca tal gala ostentaron
los que de grandes presumen,
ni vio jamás tanta pompa
la asombrada muchedumbre..
Inútil es ponderarla,
y querer pintarla inútil,
que fiestas como ésta mía,
contándolas se deslucen.
Harto lo llora el poeta,
Mas ¡ay, que por más que luche,
con su voz y con su lira,
la realidad no le suplen!
Hará que sus creaciones
en bellos versos murmuren,
que canten báquicos himnos
cuando su festín concluyen.
Podrá, cuando más se afane,
de quien su cuento le escuche
lograr que se finja apenas
el rostro, las actitudes,
la situación o el carácter
de los seres que dibuje;
todo ello pesado y débil,
aunque a lo vano renuncie.
Podrá trazar en un cuadro,
aunque sombras se le enturbien,
las principales figuras
de que su historia se ocupe;
mas la luz, y el movimiento,
y el todo que las circuye,
la multitud, las comparsas
que en torno de ellas agrupe,
que giran, hablan, murmuran,
van, vienen, bajan y suben,
las cercan o las desvían,
y con ellas se confunden,
y respiran con su aliento,
y con impulsos comunes
con ellas gozan, esperan,
ríen, cantan, lloran, sufren.....
¡Imposible que lo pinten
y en la mente lo acumulen
con voz, movimiento y vida
fácil, palpable, voluble!
¿Cómo contar el tumulto
que en un momento produce
en un salón donde danzan,
un lance que lo interrumpe?
La voz de «¡Ahí está, señores,
ahí está!», que brota y bulle
de boca en boca rodando
y en derredor se difunde;
y el son de las herraduras
del bridón que le conduce,
que al detenerse en el patio
hace que el patio retumbe;
que en las puertas y ventanas
los que bailaban se agrupen,
y por ver mejor se empinen
se encaramen y se empujen;
los muchos que, prodigando
serviles solicitudes,
bajan a asirle el estribo
porque les mire o saludo,
y el salón que dejan solo
con la alfombra y con las luces,
y la chimenea, en donde
chisporrotea la lumbre,
¿con qué voz, ni con qué lira
se pinta o se reproduce,
de modo que quien escucha
lo conciba y no se ofusque?
¿Cómo el satisfecho porte
contar con que se descubre
al apetecido novio
que por la escalera sube,
mientras se agolpa por ella
la aturdida servidumbre,
y al peso de los curiosos
por ambas barandas cruje?
Avanza, puesp por la sala
la gente se distribuye,
y este es el lance más crítico
que en toda la noche ocurre.
Corre confuso murmullo
y ancho movimiento cunde,
mientras, asiendo un instante,
a sí cada cual acude.
Quién se compone la gola,
quién los vuelillos se sube,
quién desencaja una hebilla
porque el cinturón le ajuste;
quién se revienta unos guantes,
y del placer en la cumbre,
las hermosas se sonríen,
y aunque astutas disimulen,
la vista a un espejo tienden,
la mano a la flor o al bucle.
La que gracias o riquezas,
bien que la pesa, no luce,
busca a una bella la espalda,
que aunque la humille la oculte.
Aquí asoma un pie pequeño,
allí unos ojos azules,
acá una falda de encaje,
allá un airón de tisúes;
aquí un cuello alabastrino,
y allí una mano que pule
un centenar de brillantes
que por mano y dueño arguyen.
Todo esto en viviente masa,
con movimientos comunes,
con existencia uniforme
que en todo fermenta y bulle,
que gira o que vaga a un tiempo,
se dispersa o se reune,
danza o se asoma, y el ruido
cesa, aumenta o disminuye:
este momento de atenta
y afanosa incertidumbre,
¿quién lo cuenta o quien lo canta,
por más que a la par se junten
la voz y el arpa, sin ver
que es fuerza al fin que renuncien
la voz y el arpa, humilladas,
a empresa donde sucumben?
Desisto, pues, de mi empeño,
y aunque me da pesadumbre,
el salón de don Fadrique
quien pueda que se figure.