VI : El novio
Todos los ojos clavados
en la puerta del salón,
toda la gente del baile
agolpada en derredor,
en impaciente y atenta
duda un instante quedó,
esperando la llegada
del venturoso amador.
Don Fadrique, Diana y todos
los parientes que juntó
en su fiesta el noble Duque,
de sus huéspedes en pos,
están al dintel parados,
que el danzar se interrumpió,
y ahogaron los instrumentos
su ya no escuchado son.
Todos inciertos callaban,
y allá en confuso rumor,
del novio por la escalera
se percibía la voz,
como si alguno a su paso,
demandándole atención,
recibiera una respuesta
de superior a inferior.
-¿Comprendiste? dijo al fin
en voz clara.-Sí, Señor,
repuso otra voz humilde;
y él a replicar volvió:
-La hora, las dos en punto;
la gente, nosotros dos.-
Y de sus anchas espuelas
áspero compás se oyó.
Cundió general murmullo
de gente por el montón,
la masa de mil cabezas
adelantándose hirvió,
moviéndose a un tiempo todas
para ver y oír mejor;
y a tal punto, por la sala
con paso resuelto entró
el buen capitán don César,
cual siempre fascinador.
Echó los brazos al cuello
de don Fadrique, tomó
la mano a Diana, y besóla
con acendrada pasión,
y por la estancia avanzando,
en tal guisa les habló:
-Señor Duque, hermosa Diana,
si tardé, mirad que estoy
pronto desde este momento
a demandaros perdón.
-Capitán, en vuestra casa
nadie exige sino vos.
Id, venid cuando os pluguiere,
sin pena y sin restricción,
que en todo lo que gustareis
nos daréis gusto y honor.
-Pues cuando os venga en agrado,
señor Duque, la ocasión
del notario aprovechemos,
con la ley cumplamos hoy;
y atendiendo a ambos mandatos
de justicia y religión,
hoy nos casarán las leyes,
mañana temprano, Dios.
¿Os place?
-¡Sí, por mi vida!
-¿Y a vos, Diana?
-¿Tengo yo
más voluntad que la vuestra,
mi esposo y libertador?
-Pues de ese modo, abreviemos,
que aunque por ello aflicción
siento en el alma, esta noche
aun mi ausencia no acabó.-
Volvióse a tales palabras
el Duque, y conversación
siguieron de esta manera
por lo bajo ambos a dos:
-Don César, ¿lleváis espada?
-Solamente a precaución.
-Sabéis, Capitán, que os debo.....
-Gracias, Duque; aunque de honor,
no es asunto de estocadas,
sino de tiempo.
-¡Por Dios,
que tomara por agravio
que en caso de exposición
reclamarais el auxilio
de otro que no fuera yo!
-Dormid sin cuidado, Duque,
que en todo evento hombre soy,
y os despertaré mañana.
Volved esta noche vos
al baile desde la mesa;
danzad, Duque, sin temor,
y no os acordéis de mí
hasta que despunte el sol.
Y así el Capitán diciendo,
la mano de Diana asió,
y a otro aposento pasaron
con toda la gente en pos.
Firmáronse alegremente
los contratos en unión,
volvióse a la danza luego
y a la mesa se volvió.
El Duque estuvo gozoso,
el Capitán decidor,
y Diana hermosa y radiante
y hechicera como el sol.
Y aunque no faltó un misántropo
que admirado se mostró
y auguró mal de esta boda,
cenando como un león,
desde la cena, la danza
tercera vez empezó,
Más que nunca bullicioso
y pacífico el salón.
mas justo será añadir
como fiel historiador,
que mientras seguía el baile
y de los brindis el son,
el Capitán y Ginés
salían al dar las dos,
de la empinada Toledo
por las puertas del Cambrón.
Todos los ojos clavados
en la puerta del salón,
toda la gente del baile
agolpada en derredor,
en impaciente y atenta
duda un instante quedó,
esperando la llegada
del venturoso amador.
Don Fadrique, Diana y todos
los parientes que juntó
en su fiesta el noble Duque,
de sus huéspedes en pos,
están al dintel parados,
que el danzar se interrumpió,
y ahogaron los instrumentos
su ya no escuchado son.
Todos inciertos callaban,
y allá en confuso rumor,
del novio por la escalera
se percibía la voz,
como si alguno a su paso,
demandándole atención,
recibiera una respuesta
de superior a inferior.
-¿Comprendiste? dijo al fin
en voz clara.-Sí, Señor,
repuso otra voz humilde;
y él a replicar volvió:
-La hora, las dos en punto;
la gente, nosotros dos.-
Y de sus anchas espuelas
áspero compás se oyó.
Cundió general murmullo
de gente por el montón,
la masa de mil cabezas
adelantándose hirvió,
moviéndose a un tiempo todas
para ver y oír mejor;
y a tal punto, por la sala
con paso resuelto entró
el buen capitán don César,
cual siempre fascinador.
Echó los brazos al cuello
de don Fadrique, tomó
la mano a Diana, y besóla
con acendrada pasión,
y por la estancia avanzando,
en tal guisa les habló:
-Señor Duque, hermosa Diana,
si tardé, mirad que estoy
pronto desde este momento
a demandaros perdón.
-Capitán, en vuestra casa
nadie exige sino vos.
Id, venid cuando os pluguiere,
sin pena y sin restricción,
que en todo lo que gustareis
nos daréis gusto y honor.
-Pues cuando os venga en agrado,
señor Duque, la ocasión
del notario aprovechemos,
con la ley cumplamos hoy;
y atendiendo a ambos mandatos
de justicia y religión,
hoy nos casarán las leyes,
mañana temprano, Dios.
¿Os place?
-¡Sí, por mi vida!
-¿Y a vos, Diana?
-¿Tengo yo
más voluntad que la vuestra,
mi esposo y libertador?
-Pues de ese modo, abreviemos,
que aunque por ello aflicción
siento en el alma, esta noche
aun mi ausencia no acabó.-
Volvióse a tales palabras
el Duque, y conversación
siguieron de esta manera
por lo bajo ambos a dos:
-Don César, ¿lleváis espada?
-Solamente a precaución.
-Sabéis, Capitán, que os debo.....
-Gracias, Duque; aunque de honor,
no es asunto de estocadas,
sino de tiempo.
-¡Por Dios,
que tomara por agravio
que en caso de exposición
reclamarais el auxilio
de otro que no fuera yo!
-Dormid sin cuidado, Duque,
que en todo evento hombre soy,
y os despertaré mañana.
Volved esta noche vos
al baile desde la mesa;
danzad, Duque, sin temor,
y no os acordéis de mí
hasta que despunte el sol.
Y así el Capitán diciendo,
la mano de Diana asió,
y a otro aposento pasaron
con toda la gente en pos.
Firmáronse alegremente
los contratos en unión,
volvióse a la danza luego
y a la mesa se volvió.
El Duque estuvo gozoso,
el Capitán decidor,
y Diana hermosa y radiante
y hechicera como el sol.
Y aunque no faltó un misántropo
que admirado se mostró
y auguró mal de esta boda,
cenando como un león,
desde la cena, la danza
tercera vez empezó,
Más que nunca bullicioso
y pacífico el salón.
mas justo será añadir
como fiel historiador,
que mientras seguía el baile
y de los brindis el son,
el Capitán y Ginés
salían al dar las dos,
de la empinada Toledo
por las puertas del Cambrón.